Nací en un pueblo de playa, y me crie al lado del mar. Toda mi infancia está llena de momentos jugando en la playa con mis hermanas y en la casa de campo de mis abuelos, observando con admiración todo el esmero que ponían en cultivar sus hortalizas en el huerto. Para mí el agua significaba vida, y esa tierra fértil de la que brotaban aquellas plantas me tenía maravillada, a mi parecer era como auténtica magia.

Cuando llegó el momento de elegir mi carrera lo tuve claro, estudié psicología y me mudé a Valencia para empezar una nueva etapa. Ser psicóloga siempre fue mi vocación desde que era pequeña, me fascinaba el poder de la mente humana y siendo muy joven ya había consumido muchísima literatura sobre psicología y desarrollo personal.

Terminé mi carrera y pronto empecé a ejercer como psicóloga en varias clínicas y en una ong de ayuda a mujeres maltradadas. Mi etapa profesional hacía poco que había empezado y la verdad que me iba bastante bien, así que en mi mente tradicional de aquel entonces, tocaba dar el siguiente paso.

Ya tenía pareja y me casé al poco de encontrar mi primer trabajo, quería ser madre joven, mínimo de 3 niños y quería formar una familia similar a la que yo había vivido, el plan era perfecto, todo estaba planificado y la hoja de ruta estaba clara.

Pero el destino no me lo puso nada fácil. Al año de intentar quedarme embarazada sin éxito, me empecé a preocupar, algo no iba bien y acudí a un especialista. En las pruebas aparentemente todo era normal, sin embargo, no me quedaba embarazada y nadie me daba una explicación de por qué me estaba ocurriendo aquello.

En un intento de atajar este problema, me sometí a un tratamiento de inseminación artificial, y tampoco mi cuerpo respondió.

En ese momento el miedo de no conseguir ser madre nunca se apoderó de mí. Aquello me hizo caer casi en depresión, a mí, que era psicóloga. No entendía qué podía estar pasando. Si aparentemente no tenía ningún problema ¿Qué podía solucionar, qué podía mejorar, qué podía hacer yo para conseguir mi sueño?